Terror. (Primera parte)

La noche más oscura. La casa apropiada. Dos hermanos. Un chico, el mayor. Una chica, la pequeña. Sus padres no estaban. Ni ellos sabían porqué no. Solo conocían de su soledad y la oscuridad. Las tres de la mañana.

-Te estás quedando dormido.- Alicia meneó a su hermano, Máximo.

-Calla.- Musitó, agitándose un poco, mientras sus ojos seguían cerrados.

-Tengo miedo.

-Hmmpf…-Una especie de gruñido intentaba cortar la conversación.

-Va en serio, Max, he oído algo.

-Mis ronquidos, joder.

-No, algo más.

Máximo se incorporó, adormilado.

-A ver, ¿qué?

-Mira.- Alicia señaló hacia el pasillo, completamente oscuro.

-Sí, el pasillo.

-Allí hay algo.

-No hay nada, estás loca.

-No lo estoy. Es verdad. Era… Raro…

-¿En serio, Ali? Te creía más lista cómo para creer en fantasmas.- Máximo reflejó una sonrisa en su rostro. Sus ojos estaban más abiertos. Planeaba.

-Y no creo… Bueno, no lo sé… Pero de verdad que oí y sentí algo.

-Pues si no crees en fantasmas y de verdad quieres saber si hay alguien, ¿por qué no jugamos a una ouija?- Máximo sonreía cómo el diablo cuándo alguien le entregaba un alma.

-No quiero.

-Oh, -Se llevó una mano a sus labios, que mostraban una exagerada expresión de sorpresa.- ¿la pequeña Ali es una cobarde? –Máximo volvió a sonreír.

-¡No soy ninguna cobarde! –Alicia le encaró. La ira era suya. La picaresca, de su hermano.

-Entonces vamos a jugar a la ouija.

-No. –Alicia, ahora, era la que sonreía.- Vamos a jugar a otra cosa.

-¿A las Nancy? –Máximo rio.

Alicia abandonó el comedor, saliendo por el pasillo por el que hace cinco minutos no habría huido ni de la mismísima muerte. Máximo estaba sentado en el sofá, con pose chulesca, el pelo revuelto y con un pijama cuándo Alicia volvió con un gran oso de peluche y un cuchillo de cocina. De los grandes. De los que podrían servir cómo arma blanca. De carnicero. Máximo, al ver a su hermana, palideció. Sintió miedo.

-¿Q-Qué estás haciendo? –Se removió un poco en su asiento, intentando aparentar esa seguridad en sí mismo que tenía hace unos instantes pero que no había conseguido mantener.

-Este juego me lo enseñaron en el colegio. –Alicia tiró el oso de peluche sobre la mesa del comedor, la baja, dónde estaba el cenicero de su padre, la muñeca de porcelana de su madre y el mando de la televisión, pero que ahora descansaban en la alfombra.- Tenemos que sacarle el relleno al oso, llenarle de arroz y coserlo. –Alicia apuñaló al oso dónde descansaría el diafragma humano.- Cuándo acabemos, te cuento el siguiente paso.

Pasaron quince minutos sacando relleno del peluche de medio metro. Todo lo que sacaron lo metieron en bolsas de basura y, mientras Máximo salió a tirarlo y a comprar varios paquetes de arroz, Alicia esperó en casa, preparando una bañera medio llena.

-Vale. –Máximo entró por la puerta y la cerró. Iba bien abrigado, con un buen anorak, con dos bolsas verdes de plástico en la mano.- ¿Ahora qué?

-Dame el arroz. –Máximo se lo dio a su hermana, mientras él se quitaba el anorak y lo colgaba en el armario. Se reunió con su hermana en el salón.- A ver, ahora hay que rellenar al oso con arroz.

-¿Entero?

-No lo sé, podría rajarse la tela o algo, pero solo sé lo esencial. Así que, sí, entero.

Añadieron otra media hora al reloj, siendo ya cerca de las cuatro de la mañana, pero teniendo ya el oso bien relleno de arroz, con un remiendo en la parte del estómago. Máximo, por algún motivo, asistió a un cursillo de moda hace un par de veranos. A sus veinte años, Max era un joven parado. En realidad intentaba ser escritor, pero era un mundo demasiado duro cómo para triunfar tan joven. Alicia apenas llegaba a los 16 años. Era una chica normal, tranquila, estudiante, con un futuro interesante a su frente. Sus padres estaban muy orgullosos de ella.

Cogieron los hermanos el oso y lo llevaron al baño, dónde la bañera se encontraba medio llena. Alicia miró a Máximo sosteniendo el cuchillo. Iba a explicarle los siguientes pasos.

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